La octava ciudad de Brasil, mundialmente conocida por su planificación urbana, sus innovaciones en materia ecológica, su red de transportes y su calidad de vida, ha perdido la capacidad de innovar, lo que hacía de ella su punto fuerte en los años 1970-1980.
Estamos hablando del final de un mito. Durante mucho tiempo considerada como la ciudad modelo de América Latina, por sus innovaciones en materia de transporte urbano y ecológicas, Curitiba, situada a 400 kilómetros al sur de Sao Paulo en el Estado de Paraná, se ha visto afectada por los mismos problemas que las grandes metrópolis brasileñas: explosión demográfica y expansión urbana, normalmente anárquica.
Entre los años 1970 y 2013, su población se ha triplicado, pasando de 650.000 a 1.850.000 habitantes. Curitiba está congestionada, contaminada y desequilibrada socialmente, como Sao Paulo (11.800.000 habitantes), o Río de Janeiro (6.500.000 habitantes), ciudades que en verdad son más grandes. En el sur de la ciudad, en los barrios populares aparecieron habitantes clandestinos a comienzos de los años 1980, y han proliferado, creando bolsas de pobreza que perduran.
En los años 1970, el alcalde Jaime Lerme quería hacer de Curitiba una «ciudad a escala humana», un punto de encuentro entre personas que podían desplazarse sin coche de un lugar a otro. Por desgracia, los intereses privados han sido siempre favorecidos en detrimento de los intereses públicos, lo que ha provocado la situación actual.
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