La transición energética ha puesto a los metales críticos en el centro del tablero industrial: litio, cobalto, níquel, paladio, cobre o neodimio ya no son una rareza, sino el motor silencioso de baterías, electrónica y renovables; el reciclaje de baterías toma impulso para cerrar ese ciclo.
En los últimos meses se han activado proyectos y avances con enfoques muy distintos —hidrometalurgia, biohidrometalurgia, pirometalurgia avanzada o calentamiento Joule ultrarrápido— que, combinados, apuntan a un cambio de era. Desde Cataluña con RECIPLAC (reciclado de ordenadores para recuperar paladio, cobre e imanes de neodimio), pasando por el centro ReCell en Estados Unidos y la planta piloto ISASMELT del CSIC, hasta investigaciones que usan bacterias para seleccionar metales o procesos que logran extraer indio, galio y tántalo sin agua ni ácidos, el mapa tecnológico se está reescribiendo a gran velocidad; los residuos electrónicos son el flujo donde muchas de estas soluciones se aplican.
Por qué reciclar metales críticos es urgente

El crecimiento de vehículos eléctricos y dispositivos electrónicos está disparando la demanda global de litio, cobalto y níquel. Se trata de materiales con cadenas de suministro complejas, a menudo concentradas en pocos países y con impactos ambientales y sociales nada menores. La realidad es tozuda: hoy se recicla menos del 5% de las baterías de ion-litio, mientras que las de plomo-ácido rozan el 99%. La brecha es enorme y sus implicaciones, estratégicas para cualquier economía avanzada; por eso los avances en el reciclaje de baterías de ion-litio son tan vigilados.
Europa genera alrededor de dos millones de toneladas anuales de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), unos 16,2 kg por persona, una tasa que lidera el ranking mundial. En ese flujo hay cobre, tierras raras y metales del grupo del platino que pueden y deben recuperarse. De hecho, la Comisión Europea ya fijó en 2020 un Plan de Acción sobre Materias Primas Críticas con horizonte 2030-2050 para sostener tecnologías y sectores estratégicos sin depender tanto de importaciones. Muchos de esos metales son clave en la transición.
La presión no es solo medioambiental o geopolítica; también es empresarial. Para industrias como la automoción, la electrónica o la eólica, asegurar el suministro equivale a blindar su futuro. Por eso crece el interés en el diseño para el reciclaje (pensar en la reciclabilidad desde el origen del producto) y en procesos que minimicen costes, residuos y huella de carbono, sin penalizar la calidad de los materiales recuperados. La economía circular y el reciclaje inclusivo son piezas clave en este cambio.
En el plano informativo, el sector químico y energético multiplica la difusión de novedades a través de newsletters y canales de WhatsApp, una señal del dinamismo del ecosistema y de su necesidad de compartir resultados, hitos y transferencias tecnológicas de manera ágil y coordinada.
Innovaciones punteras: del laboratorio a la planta piloto

En Estados Unidos, el centro nacional ReCell con sede en el Laboratorio Nacional de Argonne impulsa un ecosistema colaborativo para acelerar la economía circular de materiales críticos en baterías. Con una financiación inicial de 15 millones de dólares a tres años, reúne a WPI, UC San Diego, NREL, Oak Ridge National Laboratory y Michigan Technological University, además de fabricantes, recicladores, proveedores y marcas de automoción. Su objetivo: llevar del laboratorio al mercado procesos de recuperación, rediseños de baterías y escalado de tecnologías con viabilidad industrial; las aplicaciones para la gestión de baterías están en el centro de ese esfuerzo.
WPI aporta una pieza clave: una tecnología patentada del profesor Yan Wang que permite recuperar directamente el material del cátodo de baterías de ion-litio sin depender de su composición concreta. Este enfoque se está validando a escala piloto en Worcester, en una planta de Battery Resourcers (cofundada por Wang), con la vista puesta en probar que la eficiencia técnica casa con los números del negocio. La idea de que las baterías de litio son reciclables se traduce aquí en procesos comerciales.
El propio centro ReCell ha financiado con 150.000 dólares un estudio para comprender cómo las impurezas presentes en las baterías usadas alteran la estructura y rendimiento de los cátodos reciclados, un tema crítico porque la industria se desplaza hacia cátodos con alto contenido en níquel, más sensibles a contaminantes y, por tanto, a la calidad del proceso.
Desde la Universidad Rice llega otra línea potente: procesos de calentamiento Joule instantáneo (FJH) combinados con cloración y carbocloración para extraer metales de alto valor de los residuos electrónicos. El equipo de James Tour ha demostrado que es posible separar con precisión galio, indio y tántalo (procedentes, por ejemplo, de LEDs, películas conductoras o condensadores) sin usar agua, ácidos ni disolventes, reduciendo así residuos y emisiones frente a la hidrometalurgia tradicional. El objetivo es validar métodos aptos para plantas de reciclaje reales.
Los resultados son llamativos: controlando la reacción se logra una pureza superior al 95% y rendimientos por encima del 85%, con potencial para extender el método a litio y tierras raras. Para la industria, esto significa recortar costes operativos sin sacrificar la calidad del metal recuperado, algo que abre la puerta a su adopción en plantas reales.
RECIPLAC: minería urbana para paladio, cobre y neodimio
En Cataluña, la empresa de inserción Andròmines coordina el proyecto RECIPLAC, con apoyo técnico del centro tecnológico Eurecat y la Universitat Politècnica de Catalunya – BarcelonaTech (UPC), en concreto el grupo de Biohidrometalurgia del Campus de Manresa. Su reto: diseñar un proceso avanzado de reciclado de ordenadores capaz de recuperar metales críticos de alto valor, en particular paladio, cobre y matrices de imán de neodimio procedentes de discos duros.
La propuesta combina tres estrategias que se ejecutan de forma integrada y con lógica de economía circular y minería urbana. Primero, las placas de circuito impreso (PCI) se someten a una clasificación selectiva de componentes ricos en paladio y, a continuación, se aplican técnicas hidrometalúrgicas para su recuperación. Es un doble paso que incrementa la eficiencia y mejora el rendimiento del proceso.
En paralelo, las mismas PCI se tratan con procesos biohidrometalúrgicos de nueva generación para obtener el cobre metálico. Estos métodos aprovechan rutas microbianas y químicas suaves para separar y concentrar el metal, con menor consumo energético y menos residuos que rutas térmicas convencionales.
El tercer frente aborda los imanes de los discos duros: mediante procesos hidrometalúrgicos específicos, se transforman en matrices de imán de neodimio que pueden actuar como precursores de alta calidad para fabricar nuevos imanes. Este punto es clave para cerrar el ciclo de un componente esencial en motores eléctricos y generadores.
Además, el consorcio estudia otros materiales procedentes del desmontaje de ordenadores con la meta de optimizar el reaprovechamiento con criterios de sostenibilidad. El enfoque es práctico: si un flujo secundario es recuperable con buena calidad y coste razonable, se integra; si no, se reevalúa para siguientes fases.
El investigador Toni Dorado, que coordina el grupo de Biohidrometalurgia de la UPC en Manresa y es profesor de la EPSEM, subraya que el proyecto supone un paso relevante en la transferencia de una tecnología innovadora nacida en Cataluña hacia el tejido empresarial del territorio, especialmente dentro del campo del reciclaje de residuos electrónicos.
Desde Eurecat, Albert Martínez Torrents (Unidad de Residuos, Energía e Impacto Ambiental) incide en la lógica de minería urbana de la iniciativa y en la necesidad de activar soluciones combinadas para maximizar la recuperación de metales críticos con garantías ambientales y económicas.
Para Núria Sau, directora de proyectos de Andròmines, RECIPLAC es también un catalizador social: demuestra que innovación tecnológica y compromiso comunitario pueden caminar juntos para transformar el reciclaje, generar empleo y fortalecer la economía local. No es poca cosa, porque este tipo de proyectos demuestra impacto industrial y, a la vez, valor social.
En el plano financiero, RECIPLAC cuenta con un presupuesto superior a 330.000 euros, de los cuales 250.000 euros provienen de la convocatoria de Núcleos de I+D Green 2024 de ACCIÓ y la Agencia de Residuos de Cataluña. El proyecto dispone, además, de asesoramiento técnico de la empresa Datambient, especialista en gestión de residuos.
España y Europa: RC-Metals y la vía pirometalúrgica inteligente
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) lidera el proyecto RC-Metals con un objetivo claro: recuperar metales contenidos en residuos electrónicos y fabricar aleaciones de alto valor mediante tecnologías avanzadas. Su gran baza es una planta piloto única en Europa basada en ISASMELT (referida como ISASMELT-GLENCOR en el proyecto), una ruta de fusión en baño fundido capaz de tratar mezclas complejas y extraer fracciones metálicas con alta eficiencia. Este desarrollo conecta con debates sobre el auge de la minería de metales críticos y nuevas estrategias para asegurar suministro.
La nueva instalación piloto —descrita como ISASMELT F600— busca ampliar el conocimiento científico y la capacidad tecnológica europea para reducir residuos y dependencia de materias primas críticas importadas. Es un movimiento alineado con el Plan de Acción europeo, que reconoce el papel esencial de tierras raras como disprosio, neodimio o praseodimio en eólica, fotovoltaica o movilidad eléctrica.
El investigador del CSIC Félix Antonio López (CENIM-CSIC) alerta sobre posibles tensiones de suministro por el ritmo de consumo actual, y recuerda que el cobre es pilar de la electrificación y la descarbonización, desde la infraestructura de red hasta vehículos y plantas solares. La prioridad, por tanto, es recuperar tanto como sea viable de los RAEE y reincorporarlo a la cadena de valor; los diferentes materiales y sus consecuencias en el medio subrayan esa urgencia.
El desarrollo del proyecto RC-Metals cuenta con financiación del Ministerio para la Transición Ecológica, del propio CSIC y de Atlantic Copper. A ello se suman acuerdos marco con empresas y entidades como Albufera Energy Storage, Colorobbia, Tatuine, Clemente Román, Técnicas Reunidas, Universidad de Zaragoza y Fundación Circe, configurando un consorcio diverso y orientado al despliegue industrial.
Bioherramientas y caminos alternativos en el reciclaje
La bioingeniería también pisa fuerte. Un equipo de la Universidad de Edimburgo está empleando bacterias para extraer litio, cobalto, manganeso y otros metales de baterías gastadas y restos electrónicos. Como explica la profesora Louise Horsfall, aprovechar la resistencia natural y la selectividad de los microorganismos para «pescar» iones metálicos y convertirlos en nanopartículas permite separar elementos valiosos con precisión, metal a metal; ahí la extracción de cobalto biotecnológica es un ejemplo de interés.
Dentro de este enfoque, la ingeniera Nathalie Madoc describe una «sopa de metales» en la que los iones disueltos se ponen a disposición de bacterias «especializadas» para formar pequeñas pepitas metálicas. Es una ruta que demanda pruebas y ajustes por elemento, pero con potencial para escalar cuando el suministro de baterías al final de su vida útil se dispare.
El profesor Andy Abbott (Universidad de Leicester) lanza una advertencia pragmática: las baterías de vehículos eléctricos están durando más de lo previsto, por lo que hoy hay pocos módulos disponibles para reciclar. Aunque la tecnología existe y permite convertir el material en precursores químicos para nuevos cátodos, la economía del proceso no siempre cuadra por la escala y el desmontaje manual. Es cuestión de tiempo y volumen.
A pesar de la escasez de oferta actual, florecen experimentos llamativos. Un consorcio encabezado por la Universidad de Durham ha demostrado transformar cobalto en vitamina B12 como prueba de concepto biotecnológica, y la biorremediación cobra fuerza para frenar contaminantes en aguas. La ciencia avanza, pero el tablero geopolítico también se mueve: China ha frenado la exportación de tecnologías de extracción y separación de tierras raras, considerándolas estratégicas.
En paralelo, compañías como Tusaar Corporation (Colorado) afirman poder recuperar al menos el 95% de metales críticos y escalar sus procesos, apoyando una economía circular con parte del suministro disponible en territorio doméstico. Su CEO, Gautan Khanna, defiende que recuperar valor de productos al final de su vida útil fortalece la autonomía y estabiliza cadenas de suministro, un objetivo clave para América y Europa.
Qué aportan las tecnologías y cómo se combinan
El mosaico de soluciones no es excluyente; más bien al contrario. La hidrometalurgia (química en solución) funciona muy bien para paladio, cobalto y tierras raras cuando se dispone de corrientes relativamente limpias; la biohidrometalurgia reduce químicos y energía en ciertos pasos, y la pirometalurgia avanzada tipo ISASMELT brilla con mezclas complejas que requieren fusión selectiva para separar metales con eficiencia.
Métodos emergentes como el calentamiento Joule FJH cubren un nicho clave: separaciones ultrarrápidas, con control fino de temperatura y sin agua ni ácidos, que aligeran la huella ambiental y los costes. Y, para cerrar el círculo, estrategias de diseño para el reciclaje (por ejemplo, celdas con adhesivos y colectores pensados para facilitar el desmontaje) facilitan que todo el proceso sea más ágil y barato.
Ahí es donde proyectos como ReCell marcan la diferencia: juntan academia, laboratorios nacionales y empresas para priorizar líneas con potencial real y llevarlas a piloto y, de ahí, a la industria. Que una tecnología patentada, como la de Yan Wang para recuperar cátodos, esté operando en planta de demostración es una señal de madurez importante.
En el ámbito regional, RECIPLAC y RC-Metals comparten una idea: generar capacidades locales para procesar residuos propios, valorizarlos y reducir la dependencia externa. El apoyo público —ACCIÓ y la Agencia de Residuos de Cataluña en un caso; MITECO, CSIC y partners industriales en el otro— cataliza inversiones y, no menos importante, transferencia al tejido productivo.
No es un detalle menor que RECIPLAC integre a Andròmines, una entidad de inserción social: además de recuperar metales de alto valor y optimizar flujos secundarios, el proyecto crea empleo y cualificación en torno a un reto tecnológico. Es un buen ejemplo de que la transición puede ser, a la vez, verde y justa.
Impacto ambiental, costes y trazabilidad
Reciclar metales críticos recorta la necesidad de minería primaria, con beneficios directos: menos deforestación, menos vertidos y menos gases de efecto invernadero asociados a extracción y transporte. Procesos como FJH que prescinden de ácidos y agua empujan aún más la balanza ambiental hacia el reciclaje frente a la explotación de nuevos yacimientos.
Pero el impacto no se mide solo en CO2; la trazabilidad y la pureza son igual de relevantes. Alcanzar >95% de pureza y >85% de rendimiento, como muestran los ensayos con indio, galio y tántalo, habilita su regreso a aplicaciones de alto valor (optoelectrónica, recubrimientos conductores, condensadores de alto rendimiento) sin penalización en prestaciones.
Queda, eso sí, el desafío de costes operativos en un entorno donde el precio del metal virgen fluctúa y puede erosionar márgenes del reciclado. Aquí entran los incentivos, la estandarización de productos para facilitar su fin de vida y los contratos a largo plazo que aporten visibilidad a quienes invierten en plantas y tecnología.
Otro tema delicado es la seguridad y el desensamblaje de baterías: reducir intervenciones manuales, automatizar y asegurar protocolos es crucial para que el reciclaje sea competitivo y seguro. La industria ya explora equipos robotizados y estaciones blindadas, un área donde el aprendizaje acumulado se traduce rápidamente en mejores prácticas.
Comunicación, conocimiento abierto y multilingüismo
La divulgación también suma. Reportajes recientes —como el firmado por Miguel Ángel García Vega— han puesto bajo los focos el potencial de la bioingeniería, la baja tasa de reciclaje de muchos metales (por debajo del 5%) y el reequilibrio geopolítico ligado a tierras raras. Los medios especializados, por su parte, refuerzan su cobertura con boletines y canales en tiempo real para una comunidad técnica que busca estar al día.
La pluralidad lingüística aparece como fortaleza: varias fuentes sobre estos proyectos ofrecen versiones en catalán y español, algo útil para transferir conocimiento a toda la cadena —administración, empresas, centros tecnológicos y ciudadanía— sin barreras innecesarias.
Lo que viene: escalar con cabeza
La foto de conjunto sugiere una convergencia: procesos híbridos, plantas piloto que pasan a demostración, diseño orientado al reciclaje y decisiones políticas que favorecen la circularidad. En paralelo, se exigen estándares de calidad y certificación que permitan a los metales reciclados competir de tú a tú con los vírgenes, especialmente en sectores sensibles como el del vehículo eléctrico.
También asoma una mayor responsabilidad del productor y el fin de prácticas del pasado (por ejemplo, enterrar componentes como palas eólicas antiguas), sustituidas por obligaciones de retirar y reciclar de forma responsable. A todo esto se suma un cambio cultural: cada vez más empresas quieren que su cadena de suministro sea resiliente, trazable y baja en carbono, y el reciclaje de metales críticos es una pieza central de ese puzle.
Con proyectos como RECIPLAC, el impulso del centro ReCell, la vía ISASMELT de RC-Metals y avances como FJH o la extracción biológica, el sector acelera hacia soluciones que combinan tecnología, impacto social y viabilidad económica. Si a ello se añaden políticas coherentes y diseño inteligente, el reciclaje de metales críticos puede convertirse en un auténtico motor industrial de la transición energética, aquí y ahora.