Las negociaciones internacionales para acordar un tratado global y obligatorio que frene la contaminación por plásticos atraviesan una fase decisiva y llena de desafíos. La ciudad de Ginebra se prepara para acoger una nueva ronda de conversaciones, donde delegaciones de hasta 170 países intentarán destrabar un proceso de diálogo que lleva años estancado por el choque de intereses y posturas divergentes.
El problema del plástico, que ya afecta a todos los rincones del planeta, exige una respuesta global urgente. Producto de décadas de producción masiva y escasa gestión, la presencia de micro y nanoplásticos se ha detectado desde la cima del Everest hasta la leche materna, pasando por ecosistemas marinos y terrestres. Los científicos advierten de consecuencias sanitarias y ambientales todavía no del todo cuantificadas, pero potencialmente muy graves.
Un tratado global en la cuerda floja: posturas enfrentadas y falta de consenso
La comunidad internacional lleva negociando desde 2022 para lograr un acuerdo mundial que pueda reducir significativamente la contaminación plástica. Sin embargo, los avances han sido escasos. El objetivo inicial era aprobar para finales de este año un tratado con medidas de obligatorio cumplimiento, pero la última cumbre celebrada en Busan (Corea del Sur) terminó en punto muerto por la oposición de un grupo liderado por Arabia Saudí, Irán, Rusia y Kuwait, que rechazan cualquier límite a la producción.
La Unión Europea ha asumido el liderazgo en los intentos por fijar topes a la fabricación de plásticos y avanzar hacia una economía circular. Pero ante el bloqueo de los países petroleros y la presión de potentes lobbies industriales, Bruselas se muestra ahora abierta a flexibilizar su postura con vistas a evitar un fracaso total del tratado. Pero algunos Estados miembros como Francia continúan defendiendo una posición más firme y exigen mayor ambición en los compromisos.
El principio de «quien contamina, paga», impulsado por la UE, también choca con fuertes resistencias. La llamada «Declaración de Niza», que recoge este principio junto con la reducción global de producción, ha sido firmada por casi 100 países, pero sigue encontrando obstáculos para su aplicación efectiva.
Organizaciones ecologistas y fundaciones internacionales reclaman que el tratado incluya metas vinculantes para el rediseño de productos y el fomento de la reutilización, pero temen que el acuerdo resultante acabe siendo poco ambicioso y solo perpetúe la crisis actual.
El papel del lobby industrial y la ciencia en las negociaciones
La influencia de la industria petroquímica y del plástico en las negociaciones es más visible que nunca. En la última reunión preparatoria, participaron 220 representantes empresariales, superando ampliamente a las delegaciones científicas presentes. Estas empresas y sus lobbies presionan para que el tratado concentre los esfuerzos en la gestión de residuos y el reciclaje —medidas conocidas como “aguas abajo”— y se eviten restricciones en la producción “aguas arriba”.
Por el contrario, más de un millar de expertos apoyados por organizaciones como la Coalición de Científicos para un Tratado Eficaz sobre Plásticos (SCEP) insisten en que la raíz del problema solo puede atajarse limitando la fabricación. El reciclaje actual es claramente insuficiente: a escala global, menos del 9 % del plástico generado hasta ahora se ha reciclado, y la proporción baja aún más en regiones sin infraestructura adecuada.
Distintas voces advierten sobre prácticas intimidatorias y el intento de distorsionar el debate científico. Algunos investigadores han denunciado presión y hostigamiento por parte de la industria durante las negociaciones, así como dificultades para corregir informaciones erróneas en los debates oficiales. La falta de un panel científico oficial agrava la problemática, y los expertos independientes reclaman mayor presencia e influencia en el proceso de toma de decisiones.
La industria, por su parte, defiende su participación y argumenta que la solución debe ser alcanzada junto a todos los actores. Sin embargo, organizaciones críticas subrayan el evidente desequilibrio de poder y acceso a las conversaciones.
Impactos globales, riesgos para la salud y la economía, y la urgencia de un tratado ambicioso
El aumento continuo de la producción de plásticos plantea riesgos ya palpables para la salud pública, el clima y la biodiversidad. Diversos informes científicos, algunos coordinados junto a universidades de prestigio, alertan de que los microplásticos presentes en la cadena alimentaria pueden generarnos disfunciones hormonales, problemas reproductivos y aumentar el riesgo de cáncer. Además, la producción de plástico se asocia a entre el 21 % y el 31 % de las emisiones totales relacionadas con el calentamiento global.
Países y organizaciones defienden que esperar pruebas concluyentes sobre todos los posibles daños sería irresponsable, recordando el enfoque de prevención que permitió tomar decisiones efectivas ante otras amenazas globales, como la reducción de gases para proteger la capa de ozono en los años 80.
Las cifras muestran la magnitud del reto: en 2023, la producción mundial de plásticos superó los 413 millones de toneladas, y los pronósticos apuntan a 712 millones en 2040 si no hay cambios. Cerca del 66 % de estos materiales corresponden a productos de un solo uso y envases, con una tasa de reciclaje mínima.
El vertido diario de plásticos a los océanos supera las 30.000 toneladas, lo que acelera la degradación ambiental y amenaza la seguridad alimentaria y la subsistencia de millones de personas que dependen del mar.
Los países en desarrollo y los recicladores de base reclaman apoyo financiero y tecnológico para adaptarse a las nuevas normativas y evitar verse perjudicados por la transición. Además, la regulación de aditivos químicos y la inclusión de todos los eslabones de la cadena en el tratado son puntos especialmente conflictivos.
