El mundo se encuentra en un momento decisivo respecto al futuro de los plásticos. Con la contaminación plástica alcanzando cotas críticas, países, expertos y organizaciones se han reunido en Ginebra durante el mes de agosto con el objetivo de concretar un tratado global jurídicamente vinculante que frene la crisis de los residuos plásticos. La salud humana y de los ecosistemas puede verse profundamente afectada.
Durante diez días, delegaciones de más de 170 países y representantes de cerca de 600 organizaciones han debatido sobre cómo afrontar el problema de los polímeros, desde su producción hasta su gestión como residuo. A pesar de la urgencia del asunto y el convencimiento generalizado de que la crisis por contaminación plástica no conoce fronteras, las posturas entre bloques de países se mantienen firmemente enfrentadas, con el riesgo de regresar a casa sin avances sustanciales.
Un tratado global: prioridades y desafíos

Las negociaciones se articulan en torno a tres puntos delicados: la limitación de la producción de plásticos, la regulación de los químicos y aditivos utilizados y el establecimiento de mecanismos financieros que permitan aplicar el acuerdo de forma efectiva, en especial en países en desarrollo. La mayoría de los estados participantes apuestan por medidas ambiciosas y vinculantes que reduzcan la producción y no solo mejoren el reciclaje. Sin embargo, un puñado de países productores de petróleo –liderados por Arabia Saudí y Rusia, junto con otros grandes actores económicos– optan por acuerdos menos exigentes, centrados en la gestión final de residuos y sin restricciones a la fabricación de nuevos plásticos.
El riesgo de bloqueo es real. El sistema de consenso que rige las negociaciones permite que un solo país pueda frenar el avance del tratado, una estrategia que expertos y grupos ecologistas critican por paralizar la toma de decisiones ante una emergencia global. Algunas voces plantean recurrir a votaciones mayoritarias o la formación de coaliciones de países comprometidos, alternativas ya empleadas en acuerdos internacionales previos.
Presión de la industria y conflictos de intereses
La presencia e influencia de la industria petroquímica y de presión empresarial en las negociaciones es uno de los elementos más polémicos. Numerosas fuentes denuncian que los grupos de presión y representantes corporativos superan en número a muchas delegaciones nacionales y a la comunidad científica. Estas presiones, según informes de organizaciones ambientales y análisis independientes, han intentado rebajar el alcance del tratado, evitar reducciones drásticas en producción y suprimir restricciones a aditivos peligrosos. Además, se han documentado incidentes de acoso y hostigamiento hacia científicas y observadoras en las conversaciones, lo que ha generado peticiones de mayor transparencia y protección para los expertos que participan en el proceso.
A la vez, la financiación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) por parte de países con intereses directos en la industria del plástico ha despertado preocupaciones sobre la imparcialidad del proceso. Frente a ello, tanto científicos como representantes de ONG reclaman la integración de un panel asesor científico oficial y un refuerzo de las salvaguardas frente a conflictos de intereses.
Emergencia ambiental y sanitaria

El argumento para un tratado global fuerte no solo es ambiental: los impactos sobre la salud humana están cada vez mejor documentados. Estudios recientes de instituciones como WWF, la Universidad de Birmingham o el Instituto de Salud Global de Barcelona subrayan la presencia de micro y nanoplásticos en órganos humanos críticos e incluso en la sangre, la leche materna o el líquido amniótico. Estos materiales son portadores de aditivos químicos asociados a enfermedades hormonales, cánceres o infertilidad. La comunidad científica internacional subraya la urgencia de aplicar el principio de precaución y proteger a las poblaciones más expuestas, como bebés y niños pequeños, mientras la investigación avanza.
Por otro lado, los daños económicos derivados de la contaminación plástica superan el billón de dólares anuales y afectan especialmente a comunidades vulnerables y países del Sur Global, que soportan la mayor carga de residuos y exposición a químicos peligrosos. Solo una mínima parte de los plásticos producidos se recicla, mientras el resto termina en vertederos, en los océanos o se elimina mediante quemas a cielo abierto.
